Una vez, un barco partió para una expedición ballenera, y llevaba ya tres años en su viaje.
El padre de uno de los marineros estaba a cargo del faro que se encontraba en la playa, y esperaba el regreso de su hijo en cualquier momento.
Cierta noche se levantó una gran tempestad. El padre, vencido por el sueño, se durmió. Mientras dormía, la luz del faro se apagó. Cuando despertó, miró hacia la playa y vio que una embarcación había naufragado. De inmediato corrió a la playa para ver si podría salvar a alguno que estuviera con vida. El primer cuerpo que vino flotando hacia él resultó ser el de su hijo.
El padre había esperado con ansiedad la llegada de su hijo durante muchos días. Finalmente el muchacho había llegado muy cerca de su casa, pero había perecido porque su padre dejó que la luz de su faro se apagara.
¡Qué ejemplo más real de los padres que hoy en día han dejado apagar su faro! Viven como si no hubiera nada más allá de esta vida. Los intereses y apegos están en cosas de esta tierra, y como resultado, los hijos no creen que haya nada para ellos en el cristianismo. Es probable que el día de mañana mueran sin Dios y sin esperanza.
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