Vivo en una tierra donde un sol brillante se asoma cada mañana sobre las montañas; vivo en una tierra donde el inmenso mar en un rítmico e indetenible oleaje baila al son de la brisa desprendiendo un aroma único, de esos que no se pueden describir; vivo en una tierra donde el frío nos invita a abrazarnos con fuerza y a disfrutar de su pureza; vivo en una tierra donde la inmensidad de una llanura nos deslumbra con su infinita vista y sus fértiles suelos; vivo en una tierra donde la misteriosa belleza del desierto se hace presente y hasta la selva anuncia su entrada.

Si, definitivamente vivo en una tierra bendecida, una tierra a la cual Dios le regaló un tanto de toda cuanta belleza natural ha creado en el mundo, una tierra noble donde se hace difícil por no decir imposible exigirle algo más a la madre naturaleza. Vivo en una tierra de historia sustanciosa y batalladora; Vivo en una tierra en íntima relación con la perfección, una tierra a la cual podría decirse no le sobra ni le falta nada. Vivo en una tierra de esas, con gente que se te queda en el alma, de esencia única; gente de lucha indetenible; gente incansable, de esas que no cuesta mucho apreciar; gente con un sentido del humor indomable y una particularidad única en el mundo que hasta resulta compleja describir pero fácil de detectar.

Una tierra que a pesar de tanta belleza y calidad geográfica y humana ha padecido a lo largo de la historia, una tierra a la cual la libertad le costó sangre y mucho más que eso, una tierra que muchos ambiciosamente han querido poseer a cuesta de todo impedimento posible.
Hoy con la totalidad de mi corta vida habitando esta hermosa tierra descubro que nací amándola, porque ¿Cómo no amar a una tierra de tan maravillosa estirpe?, ¿Cómo?, ¿Cómo no amar a mi amada tierra que me vio nacer, que me ha visto crecer?, ¿Cómo no admirar su indiscutible esencia y su particular sabor a alegría? Sí, definitivamente es imposible no amar a esta tierra.

Por ese amor que certifico me nace de lo más profundo, es que hoy se me arruga el corazón al ver a esta tierra que considero parte de mí, totalmente dividida y parcializada. Sí, esa gente que sin pensarlo te dice “mi amor”, esa gente que sin conocerte mucho te tiende la mano o te da un abrazo, esa gente de corazón noble y abierto al servicio y a la bondad, esa gente enérgica y de optimismo innato; desafortunadamente se ha dejado dominar por sentimientos incompatibles con su verdadera esencia humana. Cuánto duele ver a mi tierra tan maltratada, sumergida en una constante lucha y hambre de poder, pareciera que le han robado por completo su estabilidad, su visión de futuro, sus ganas efervescentes de surgir y crecer, pero sobre todo ese valor tan valioso que se llama unión, pareciera que el gentilicio que nos une perdió significado y ya no nos alcanza.

Es como si aferrarse a un ideal te aparta de todo vínculo existente con otro ser que piensa diferente, es como querer imponerse ante cualquier pensamiento que no se adecue a lo que consideramos correcto, cuánto duele ver que esa lucha incesante por querer tener la razón cada día nos separa y nos hace olvidar los lazos verdaderamente importantes que nos unen. Cuánto duele ver a mi tierra padeciendo en silencio anhelando con urgencia un respiro de paz, un abrazo de sincera reconciliación, cuánto pero cuánto duele.

Me gustaría tener las herramientas necesarias para poder suturar fuertemente esos lazos que se han roto, me gustaría tener las medicinas para sanar las numerosas heridas que ha sufrido mi tierra, pero simplemente la reconstrucción de lo que se ha abatido no depende de una sola persona, depende de cada habitante de esta hermosa tierra, si exactamente, depende de todos, de los millones de personas que tenemos la dicha de cobijarnos en ella, de quienes piensan de un modo y quienes que piensan de otro, de quienes poseen mucho y quienes poseen poco, de quienes han recorrido toda una vida y de quienes apenas empiezan a caminar; depende de todos y de nuestras ganas de luchar, no en contra de un ideal distinto sino en contra de todo aquello nos lleva a sentimientos tan negativos.

Depende del corazón de cada nativo de esta tierra y de la entrada de Dios a cada uno de ellos, es momento de extirpar el odio y el rencor, es momento de aceptar a Dios como guía principal de nuestra vidas, sólo así podremos ver más allá de nuestra propia razón que muchas veces se ve obscurecida por un mundo cada vez más lejano a lo que Dios verdaderamente quiere para nosotros. Es hora de autoevaluarse y luchar por ser mejor persona cada día y por vivir en un lugar donde la ideología política no te defina como ser humano.

Lo que hacemos demuestra lo que somos, entonces hagamos de esta tierra un rinconcito mejor, lleno de tranquilidad, donde se respete la arbitrariedad de pensamientos y paradigmas, donde haya espacio para el triunfo y el bienestar de todos, donde los buenos días no sean una obligación sino un placer, donde el dolor ajeno nos conmueva y el éxito de otros nos alegre, donde el enfrentamiento y los insultos desaparezcan de nuestra cotidianidad. Guatemala, así se llama mi tierra, hasta el nombre me llena de orgullo, porque así es el Guatemalteco, inmensamente orgulloso de su tierra, de su gente y de sus numerosas riquezas.

No dejemos que el honor de ser Guatemalteco se nos convierta en desdicha, no permitamos que nuestro día a día sea una interminable confrontación, no permitamos que se nos agote paulatinamente la libertad que tanto nos costó. Guatemala merece ser una potencia mundial y tiene todos los recursos para lograrlo, sólo requiere de la voluntad de hombres y mujeres unidos por encima de un pensamiento o ideal diferente.

No sé si mis palabras llegarán a ser leídas, simplemente sentí la necesidad de expresarme conjugando unos tantos verbos, pero si eso sucediera, espero que al terminar de leerlas por lo menos un pedacito de mi sueño haya coincidido con el tuyo y a partir este momento comience tú lucha, porque el cambio debe empezar por ti.

¡Pa’ lante Guatemala!
y Dios bendiga a tu hermoso pais

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