“Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres… ¿Por qué vosotros no me creéis?” Juan 8:36 y 46




Esta curiosa formación montañosa se halla en los montes de Wyoming, EE.UU. y se la llama Torre del diablo. Tal vez debe su nombre a la escabrosidad de sus escarpadas y peligrosas laderas, como figurando la maldad del diablo, quien procura atrapar al hombre y esclavizarlo bajo su voluntad.


Un joven llamado Harry Morris, fue presa del maligno. Era muy culto, bien parecido, y buen orador, y aunque hijo de una fiel cristiana, vino a ser el líder de un grupo de loa llamados “librepensadores”, o sea ateos, quienes gozaban burlándose de Dios.


Cierto día hizo una elocuente charla en la que con mucha guasa ridiculizó a los cristianos y se mofó de Dios. Sus asiduos seguidores le ovacionaron calurosamente, por lo que se sentía muy satisfecho. Al salir se topó con un conocido suyo desde la infancia, un hombre de fe al que respetaba, reconociendo su integridad. En el rostro del anciano se veía el disgusto por lo que el joven dijera. Este trató de esquivarlo, mas él le detuvo, y le dijo muy serio:


—Querido Harry, Dios te ha dado una gran elocuencia y facilidad de atraerte a los demás. ¡Qué gran responsabilidad te acarreas, al conducirlos contra Dios! Deseo que Él perdone tu maldad. Mas recuerda esto: algún día puedes encontrarte en un gran peligro, cogido en la trampa. Entonces sentirás la mano de Dios sobre ti, y conocerás Su poder, pero tal vez ya sea tarde.


Estas palabras estremecieron su corazón, pero truncaron sólo momentáneamente su entusiasmo y orgullo, pues la humildad no era su fuerte. Seis meses más tarde iba alegremente a su trabajo, y más engreído de sí mismo que nunca. Se sentía con motivos para ello; el mismo director del banco le había felicitado por su buen logro. Era perfecto el sistema de seguridad de la cerradura que él había ideado para la cámara acorazada del establecimiento, a prueba de ladrones. De la misma sólo se hicieron dos llaves: una en poder del dueño del taller donde la fabricaron y la otra que le dieron a él, de modo que nadie más podía abrir tal puerta.


Cuando fue instalada la puerta, todos los empleados se apiñaron para ver la obra maestra, aunque nunca se les permitió ver el sistema de sus cerraduras. Harry, al cual se le veía engreído, pasó dentro de la cámara, y quiso comprobar si la puerta giraba sobre sus goznes sin chirriar; la impulsó suavemente, pero sin darse cuenta se cerró saltando los resortes de seguridad, quedando cerrado dentro, y sin poder abrir.





Harry se dio cuenta al momento que ¡estaba atrapado en su propia trampa! Nadie podría abrirle, excepto el dueño del taller, quien tenía la otra llave. ¿Se acordarían los empleados de esto, y le harían venir?


Pronto el horror hizo presa de él, estaba en una situación crítica; Harry se puso frenético: gritó, golpeó y arañó la puerta, pero en vano. Pensó estremecido si no moriría sofocado antes de que fuera sacado de allí. ¿Podría vivir lo suficiente para que el otro poseedor de la llave viniese a sacarle? Con espanto recordó las palabras que su amigo cristiano le dijera:


—Tal vez algún día te veas atrapado en una trampa. ¡Entonces sentirás la mano de Dios sobre ti y conocerás Su poder; pero tal vez ya sea tarde!


En su oscuro encierro se sintió frente a Dios y a su futuro. La mano divina había caído sobre él y le mostraba que Él existía y que era Juez en toda la tierra.


Sintió que el aire se hacía sofocante. Unos minutos más, y toda ayuda sería vana. Como un rayo de luz vino a su mente este pasaje: “Clamaron al Señor en sus angustias, y Él los libró de sus tribulaciones” (Salmo 107:6). Aunque dudaba si podría ahora invocar al Dios que había escarnecido, se dio cuenta que sólo podía clamar a Él aunque no mereciera Su clemencia. Ahora se daba cuenta que había un Dios, un cielo y un infierno.


Por primera vez en su vida se arrodilló con sincero arrepentimiento en su alma, ante el Dios de toda gracia, apoyando su cabeza en los fríos muros de acero, y pidió que si no iba a sobrevivir, que le perdonase todos sus pecados por medio del Señor Jesucristo.


Convencido e no salir de aquel trance con vida, pensó en su madre y en su dolor si él moría; sacó de su bolsillo un lápiz y un pedazo de papel y escribió lo mejor que pudo: “Dios te bendiga, querida mamá; he pedido a Dios que me perdone.” Presa del dolor, quedó inconsciente.


Cuando volvió a abrir sus ojos, todo le parecía irreal: estaba en su cama y su madre a su lado cogiéndole una mano, y sin apercibirse muy bien de lo que ocurría, oyó exclamar a ésta:


—Gracias, Dios mío, por haber salvado el alma de mi hijo, y también su vida.


Pronto se fue recuperando en su salud, y en su habitación fue dándose cuenta de lo que había sido su vida pasada, y ahora deseaba de verdad, dedicar a Dios la vida que le quedaba. Muchas veces se sirvió de su propia historia para traer a otros a los pies de Cristo.


Querido amigo, no ignoras que cada día se producen muertes súbitas y violentas. Las trampas de Satanás abundan por doquier, y nuestra vida está siempre en un hilo. ¿Estás preparado para la eternidad? Esta nos aguarda a todos. Y lo más solemne del caso, es que debemos ir al encuentro de Dios allá. ¿Estás realmente preparado para enfrentarte a Él?


Ahora Dios, “el cual quiere que todos los hombres sean salvos” está ofreciendo el perdón de los pecados por el Señor Jesús, quien murió en la cruz por nosotros, manifestando así la “gracia de Dios que trae salvación a todos los hombres” y por ello “manda a los hombres, que todos en todas partes, se arrepientan” (1 Timoteo 2:4; Tito 2:11; Hechos 17:30).


Por tanto, querido amigo, si aún no has lavado tus pecados en la preciosa sangre de Cristo, te pedimos que lo hagas de inmediato. ¡Mañana puede ser tarde!


“¿Cómo nosotros escaparíamos del castigo, si menospreciamos tan preciosa salvación?” (Hebreos 2.3) Pues “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquél que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16)

La riqueza no es la respuesta. Centrarte en ella, olvidándote de las riquezas espirituales, te puede hacer sentir como una flor marchita, sin entusiasmo...sin vida

 ¡Cambia de enfoque! Buscas la felicidad en el dinero. Es algo que te dijeron tus padres desde pequeño "hijo(a), estudie para que de grande sea un profesional, tenga éxito, gane mucho dinero y tenga una casa, un coche y pueda viajar y vivir cómodamente" y creces con esta idea, aún sin discutirla. Sólo la aceptas... lo curioso es que, logres la riqueza o no, te das cuenta en un momento de tu vida que las riquezas no son tu felicidad. En tu interior, deseas hacer lo que más te gusta y te prometes hacerlo... Y te das cuenta que la riqueza es causa de lucha, estrés, desamor y traición de valores.

 Con curiosidad, leí alguna vez el siguiente cuento de un mexicano y un estadounidense que más o menos dice así: Un rico empresario de Estados Unidos fue a pasar sus vacaciones a pescar a una tranquila laguna en México, en la cual se encontraba plácidamente pescando un hombre del lugar, con sus hijos alegremente jugando alrededor y su amorosa esposa preparándole la comida. Todos se veían muy felices, aunque eran muy pobres. Y el estadounidense dándose cuenta de la pobreza de aquel hombre se le acercó y le dijo: "Oye, ¿no te gustaría ganar más dinero, ser rico?" a lo cual respondió el pescador: "Bueno, ¿de que me serviría ser rico?" a lo cual respondió el otro: "Bueno, al principio tendrás que trabajar muy duro, pero después podrás juntar y comprar una grande y hermosa casa, comprarte todas las cosas que tu quieras, y retirate de trabajar. ¡Y entonces podrás dedicarte a hacer lo que mas te gusta, y disfrutar de tus hijos y tu esposa!" a lo cual el pescador con aire suspicaz le respondió: "¿Pues no es eso lo que estoy haciendo ahora?".

 Este es el punto. Tu vida es un viaje con un boleto de ida, no de regreso. Y más te valdría que emplees cada instante de tú viaje en disfrutar y experimentar al máximo cada momento y no esperarte hasta el final. Si aguardas para ser feliz hasta el último momento de tu vida, descubrirás que es demasiado tarde para vivir todo lo que tú deseabas vivir. O sea, vivir lo que deseas vivir es obedecer los impulsos de tu corazón, que es el que te dicta lo que realmente te entusiasma y deseas hacer.

Dos hermanos, uno de cinco y otro de diez años, iban por las casas pidiendo algo de comer. Estaban muy hambrientos, pero por más que rogasen por un poco de comida, encontraban una y otra vez el mismo tipo de respuesta: "trabajen y no molesten", "aquí no hay nada, pordioseros”... Pasaron así casi toda un mañana y finalmente, desanimados y tristes los niños se sentaron en un banco de la plaza. Una mujer, al verlos llorando, se compadeció de ellos y les entregó una botella de leche.
¡Qué fiesta! Ambos se sentaron nuevamente. El hermano mayor simulaba estar saboreando la leche, decía: “Qué exquisita está esta leche”, mirando de reojo al pequeñito.


"Ahora es tu turno. Sólo toma un poquito" Y el hermanito, le respondía: "¡Está sabrosa!"

"Ahora yo", dijo el mayor que seguía fingiendo, porque su propósito era que el pequeño se bebiera toda la botella.

"Ahora tú", "Ahora yo", "Ahora tú", "Ahora yo"...

La mujer, observaba esa escena con su rostro humedecido por las lágrimas, sin poder creer lo que estaba viendo. Esos "ahora tú", "ahora yo" quebrantaron su corazón...
Y entonces, sucedió algo que le pareció extraordinario.

El mayor comenzó a cantar, a danzar, a jugar fútbol con la botella vacía de leche. Estaba radiante, con el estómago vacío, pero con el corazón rebosante de alegría, brincaba con la naturalidad de quien no hace nada extraordinario, con la naturalidad de quien está habituado a hacer cosas extraordinarias sin darles la mayor importancia.

De aquel niño podemos aprender una gran lección: "Quien da es más feliz que quien recibe" Es así que debemos amar. Sacrificándonos con tanta naturalidad, con tal elegancia, con tal discreción, que los demás ni siquiera puedan agradecernos el servicio que les prestamos".

¿Cómo podrías hoy encontrar un poco de esta "felicidad" y hacer la vida de alguien mejor, con más "alegría de ser vivida"? ¡Adelante, levántate y haz lo que sea necesario!
Cerca de ti puede haber un amigo que necesita de tu hombro, consuelo, o quizás un poco de tu alegría y compañía.
Jesús te dice:

“Dios los bendecirá a ustedes, los que ahora pasan hambre, porque tendrán comida suficiente. Dios los bendecirá a ustedes, los que ahora están tristes, porque después vivirán alegres.

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